sábado, octubre 21, 2006

El Motoconcho



Hasta hace poco tiempo, el motoconcho era una actividad marginal a la que se dedicaban sólo los expulsados del circuito económico formal. Se le veía apenas como un enjambre de sobrevivientes del incremento de la pobreza: allí se refugiaban contingentes de desempleados disfrazados.

De pronto, y como consecuencia del desastre del transporte de pasajeros, el motoconcho entró en una singular fase de auge y parece que ahora, atizado por la politiquería, va camino de convertirse en una abigarrada expresión del triunfo del desorden.

La entrada del motoconcho en calidad de actor protagónico en la escena política data del momento en que esa actividad, otrora menospreciada, se reveló como un elemento explotable en las prácticas de abultamiento pagado del caravaneo partidario. Hay que felicitar a los promotores interesados de este auge repentino, personajes muy listos para el embaucamiento, pero de muy escasa imaginación política.

Desde entonces, en el oficio de motoconcho hay esforzados hombres –no muchos-- que participan también de un empleo en la economía formal y, en su tiempo “libre”, se la buscan “picando” sobre ruedas, con lo que vuelven a la marginalidad a la que se les ha condenado y, de paso, ratifican con su presencia en el meneo una verdad de a puño: los salarios son cada vez más insuficientes aun para quienes tienen ocupación permanente.

De esta situación no son responsables los motoconchistas, sino los dirigentes incapaces de organizar el país, de disciplinar la economía, de abrir camino al desarrollo y de ensayar formas decentes de ganar lealtades y de superar la pobreza.

Hasta donde se conoce, ninguna nación ha entrado al progreso ni transitado el camino del desarrollo a la grupa del motoconcho ni de nada parecido.

Pero hay quienes creen –equivocadamente, por supuesto— que esto es posible y, más que posible, deseable. El fin de semana pasado, funcionarios del Plan Renove, de confusa recordación, se destaparon con esta perla:

Sólo si el presidente se reelige –decía uno de ellos en un acto público reseñado en la prensa--, se les entregarán las más de 100 mil motocicletas prometidas a los motoconchistas.

Otro, entusiasmado hasta el frenesí, se apresuró a señalar que con el proyecto --para el cual el Gobierno ha comprometido del erario decenas de millones de pesos-- se busca captar miles de votos para la reelección.

Semejante comportamiento deja en claro una preocupante tendencia a envilecer a la gente para agenciarse un puñado de votos. Al parecer, los funcionarios que así actúan no se dan cuenta de que con ese modo de ganar (¿o comprar?) simpatías están causándole un daño terrible a su propio candidato, el presidente, obligado por la Constitución de la República a “velar... por la fiel inversión de las rentas nacionales”.

Por fiel se entiende, en ese contexto, la constancia en el cumplimiento de las obligaciones, la no defraudación de la confianza de que se ha sido depositario. Se reserva el término, en fin, para calificar acciones y hechos que tienen en sí mismos las condiciones y circunstancias que pide el uso a que se ha destinado algo, en este caso recursos de la hacienda pública.

Con sus pronunciamientos, los del Plan Renove, conscientes del desvalimiento en que viven amplios segmentos poblacionales, están forzando a los motoconchistas a negociar el voto y, al mismo tiempo, están invitando a otros partidos a que entren en la puja porque –pensarán esos promotores del engaño— estamos en la bolsa electoral dominicana, única que, según es práctica aquí, se comporta en campaña como si asistiéramos a la suspensión temporal de la ley penal. ¿Quién da más?

Nos resistimos a asimilar la política al mercado, circunstancia en la que la noción de ciudadano queda, para todos los fines prácticos, radicalmente ausente. Su lugar lo ocupa el cliente. Quisiéramos creer que están confundidos quienes andan en este nuevo desatino, o que todo ha sido un elogio destemplado y tardío al motoconcho.

Clave Digital.